Preguntas a tres campesinos

 

 

Enrique Carballo Gende

Xornalista. Investigador de HISTAGRA

 

Mientras escribía mi tesis sobre la violencia y la criminalidad en Galicia tuve que preguntarme cómo se vivían estos fenómenos en la sociedad contemporánea, y, a falta de investigaciones sociológicas, hallé algunas claves en novelas y relatos. Y también nuevas preguntas. No creo que la literatura, por sí misma, pueda dar respuestas como las que se buscan en la Academia, pero sí puede arrojar luz sobre algunas dudas, y sembrar otras al investigador.

 

Recupero la literatura para plantear algunos interrogantes sobre una figura clave en las investigaciones de Histagra, aunque no tanto en las mías: el campesino, el pequeño propietario que extraía la mayor parte de su renta de labrar la tierra antes de la Revolución Verde. Sí, sé que un campesino no es como un protón, que es siempre un protón en cualquier lugar el Universo, mientras que el campesino presenta infinita variedad entre culturas agrícolas y dentro de estas.

 

Pero hay que agrupar a los individuos en categorías para observarlos. A aquellos pequeños propietarios que tenían, aunque no fuesen muchas, tierras que podían llamar suyas; que seguían el arado y empuñaban la azada, antes de la Revolución Verde; que vivían en una casa levantada con sus propias manos, o con las de sus parientes; que hacían en casa partes de sus ropas y labraban zuecos (o tejían sandalias, o fabricaban laptis; que se reunían con otros como ellos para reparar los caminos o hacer colectas para las fiestas; que enterraban algo de plata bajo un ladrillo en previsión de los tiempos malos y tenían en casa un viejo fusil, o un dao, o una lanza, en previsión de los ladrones. A esos los llamaré campesinos, y selecionaré a tres:

 

-A Okonkwo, de Todo se desmorona (o Todo se derrumba, depende de la traducción). Ambientada entre los igbo de la actual Nigeria en el siglo XIX, la historia sigue la vida del protagonista, un agricultor exitoso y hombre bien considerado, mientras afronta los retos que le impone su propia cultura y la llegada de las normas de los blancos. La obra es de Chinua Achebe, nacido en Nigeria (y cacique igbo él mismo), si bien escribió la novela en inglés.

 

-A Wang Lung, patriarca de La buena tierra. La novela narra el ascenso de una familia china desde la categoría de pequeños propietarios agrícolas hasta convertirse en terratenientes ausentes, a través la vida del protagonista. No se especifica la fecha ni el lugar, pero se ambienta aproximadamente entre 1860 y 1910. La autora es Pearl S. Buck, estadounidense pero criada en China de padres misioneros.

 

-A Louis Fouan, viejo campesino de La tierra: Ambientada en el Beauce francés poco antes de la guerra franco-prusiana, la trama gira en torno al reparto de la propiedad de este anciano entre sus tres hijos, cuyas familias representan diferentes arquetipos del rural; si bien es una novela coral. El autor es Émile Zola y la obra forma parte de su extensísimo ciclo sobre los Rougon-Macquart.

 

La movilidad social a través de la propiedad

 

Todos nuestros protagonistas han vivido, en sus carnes o en sus familias, un proceso de ascensión social, y sus vidas, llenas de trabajos, son un esfuerzo para mantener sus posesiones o mejorarlas. Fouan es heredero“la larga lucha, una lucha de cuatrocientos años” dada por sus antepasados, antiguos siervos en la época feudal, para convertirse en propietarios plenos de algunas hectáreas de la fértil tierra del Beauce. Él mismo posee diecinueve fanegas, el centro de su vida, y sus vástagos comparten la obsesión por aumentar sus patrimonios.

 

Okonkwo y Wang Lung han triunfado durante su vida. El primero no tuvo la ayuda del patrimonio familiar, pues “no heredó un granero ni un título, ni siquiera una esposa joven”, y tuvo que trabajar como aparcero para otros, durante años malos, antes de poder acumular lo suficiente como para mantenerse y sembrar su propia semilla. Este legado de disciplina lo acompañó en años de menos necesidad: en temporada de siembra “trabajaba todos los días en sus campos desde el canto del gallo hasta que se acostaban las gallinas”, odiaba el ocio, y trataba de corregir la indolencia de su hijo “con riñas constantes y palizas”. En cuanto a Wang, casi arruinado por un año de mala cosecha, consigue dinero por un golpe de suerte y lo emplea para aumentar su patrimonio e ir adquiriendo más tierras, vertiendo el excedente en una economía mercantilizada. Los dos salen adelante, además de por la suerte, con trabajo duro y ahorro, esto último sobre todo en el caso del segundo.

 

Entonces, campesinos, ¿cómo era de frecuente en vuestros tiempos que uno aumentase su fortuna? ¿Qué bienes valorábais más? ¿Cuáles eran los cauces? ¿Cuál era la significacion cultural del ahorro y del trabajo en vuestras sociedades? ¿Qué diferenciais hay entre cómo los concebíais y cómo lo reflejaron los autores de las obras?  ¿Qué significaba para vosotros acumular? ¿Qué riesgos estábais dispuestos a asumir?

 

Los que quedan atrás

 

Ya hemos visto las historias de los ganadores, entendiendo ganar es aumentar los derechos dentro del marco legal de esa sociedad a los medios de producción. Más terrenos con los que trabajar y tener excedentes salida de la esclavitud del trabajo diario, más capital social con el que relacionarse con grupos de poder.

 

Pero probablemente más común que la movilidad social hacia arriba es la movilidad social hacia abajo. En parte, es malthusiana: en las casas en las que hay muchos hijos se produce un empobrecimiento por el reparto del patrimonio entre una generación y la siguiente. En Francia lo vemos con la partición de las tierras, y también en China, en el que, además, los hombres ricos toman a varias mujeres. Los igbo parecen tener tierra de sobra y el factor limitante es la disponibilidad de semillas, ganado y trabajo para despejar terrenos en barbecho, pero también aquí la propiedad se reparte, pues los muy ricos emplean sus bienes para mantener pequeños harenes y tener decenas de hijos.

 

Pero no es el único motivo. En cada novela hay un personaje que fracasa por sus propios defectos, sus malas elecciones o su poca predisposición al trabajo. El padre de Okonkwo “había sido mal proveedor y perezoso, y era totalmente incapaz de pensar en el mañana”. Si reunía algún dinero bebía, era un mal trabajador, y de adulto “su mujer y sus hijos apenas si tenían para comer. La gente se reía de él porque era perezoso, y juraba que nunca le volvería a prestar dinero porque nunca lo devolvía”. Tenemos a un ejemplo de personaje fracasado en uno de los hijos de Fouan, Hyacinthe, “un holgazán y un borracho que, a su regreso del servicio, después de haber hecho las campañas de África, se había dedicado a vagabundear por los campos, rechazando sistemáticamente cualquier trabajo fijo o continuado, viviendo de la caza furtiva y del merodeo”. Un tío de Wang Lung, también vago y derrochador y con una mujer “tonta, gorda y holgazana”, también se hunde en la miseria por sus propios medios: le queda sablear a parientes más afortunados, vender a sus hijas y dedicarse al bandidismo.

 

Pero también a gente que tiene mala suerte. Fouan se explaya acerca de las mil calamidades que pueden arruinar al campesino: “todo se convertía en motivo de ruina, la lucha era cotidiana, al azar de la ignorancia y en continuo estado de alerta”. Ching, un vecino de Wang Lung con poco caudal y sin hijos varones, se arruina por la sequía, su mujer muere, a su hija se la lleva un soldado, y él mismo acaba vendiendo su parcela y convirtiéndose en jornalero del protagonista de la novela. Otros hombres, aunque sean trabajadores, pasan sus vidas sumidos en la pobreza.

 

Y están los débiles. Fouan y su esposa mueren pobres y desgraciados, abandonados por unos hijos que, cuando no les temen y respetan, dejan de mantenerlos, y cuando enferma “La muerte del viejo hubiera supuesto para ellos desembarazarse de un estorbo”. En un año de hambre, la mujer de Wang Lung estrangula a una hija, y ellos mismos se plantean vender a otra. No todas las familias son tan despiadas, ni todas las situaciones tan desesperadas, pero en una sociedad con escasos excedentes que no pueden trabajar se convierten en una carga, y, sin instituciones que ayuden a llevar el peso, dependen de la riqueza y buena voluntad de los demás. Wang Lung manda a una criada envenenar a una de sus hijas, deficiente mental, cuando él muera, pues “bien sé que cuando me haya ido nadie se tomará la molestia de alimentarla, de protegerla de la lluvia y del frío del invierno ni de sentarla al sol del verano, y tal vez la manden a vagar por las calles…”

 

¿Cómo de exigentes eran los estándares de esfuerzo y constancia necesarios para no fracasar en vuestras sociedades? ¿Cómo juzgábais a los que caían por el camino, con desprecio, con compasión, con miedo? ¿Cómo os relacionábais, los que habíais podido heredar, con vuestros hermanos pequeños que se convertían en criados eternos en vuestras casas? ¿Cómo observábais a los más débiles y desgraciados?

 

El préstamo y la usura

 

El préstamo a interés tiene sin duda una larga tradición en las sociedades agrícolas. El Código de Hammurabi regula las tasas de interés (leyes 71 a 75), al 33% para el trigo y el 20% para el dinero, si bien establece algunas disposiciones para aliviar a deudores que sufrieron desgracias. La Biblia la proscribe entre israelitas, pero por algunos versículos, como Proverbios 28:8[1] podemos ver que debía ser común, y se establece un mecanismo para el perdón de deudas[2]. Parece, en fin, que el préstamo se conoce desde antiguo, así como los males que pueden derivar de ella.

 

Todas las sociedades descritas practican el préstamo a interés. Entre los igbo, los hombres asentados, con graneros repletos, prestan semillas a trabajadores y luego recuperan dos tercios de las cosechas (también se presta dinero, pero no aparecen las ratios de interés). En La tierra, un campesino menciona que “tengo algún dinero ahorrado, y eso es una ventaja. ¡Pero conozco más de uno que lo toma prestado al seis por ciento cuando la tierra no le produce más que el tres! El batacazo es inevitable. El campesino que toma dinero prestado está perdido, pues dejará en el empeño hasta la camisa. La semana pasada, por no ir más lejos, embargaron a uno de mis vecinos: el padre, la madre y cuatro hijos fueron desahuciados, después de habérsele comido la administración de justicia los animales, la tierra y la casa…”

 

En La buena tierra, prestar dinero es el principal modo en el que el protagonista aumenta su patrimonio. Tras una inundación, “Mucha gente fue a Wang Lung a pedirle dinero prestado, y él lo prestó a un interés alto, ya que la demanda era tan grande; y la garantía que exigía siempre era tierra. Con el dinero prestado compraban semilla para sembrar la tierra rica con la fuerza que había dejado en ella el agua, y si necesitaban bueyes y más simientes y arados, y no conseguían más dinero a préstamo, algunos vendían tierras y parte de sus campos para poder plantar lo que restaba. Y de éstos Wang Lung adquiría tierra y más tierra, y la adquiría barata porque necesitaban dinero. Pero había algunos que no querían vender su tierra, y cuando no tenían con qué comprar simiente, bueyes y arados, vendían a sus hijas; muchos fueron los que se dirigieron a Wang Lung para venderlas, porque se sabía que era rico y poderoso y hombre de buen corazón.”

 

¿Cuáles eran los límites de la economía moral? ¿Quiénes los rompían y hasta cuándo se respetaban? ¿Hasta dónde llegaban los mecanismos de redistribución? ¿Cómo acababan los arruinados en vuestras sociedades? ¿Y cuáles eran las medidas de presión de los deudores que conseguían deshacerse de sus cargas?

 

La violencia y la guerra

 

No me extenderé sobre el tema de la violencia cotidiana, que ya he tratado en otro artículo a partir de la obra de Blasco Ibáñez. Baste decir que ninguno de nuestros protagonistas es ajeno a ella. Wang Lung, aunque no tiene por costumbre pegar a su esposa y es un hombre enemigo de disputas, no está por encima de cachetear a un jornalero cuando pierde la paciencia, o, para sacarle una mala costumbre a su hijo, darle “de bofetadas hasta cansarse”. Fouan sí es un hombre violento, con una esposa “ sumisa, anulada por más de medio siglo de obediencia y trabajo”, y los hijos temen el puño hasta que lo vence la vejez. Las esposas e hijos de Okonkwo viven “en un temor constante de sus estallidos”: a lo largo del libro vemos cómo golpea a una de sus mujeres y luego le dispara cuando esta murmura una burla. El puñetazo, la patada dada con ira, es una forma aceptada de expresar sus sentimientos y marcar el dominio del patriarca.

 

Pero eso no los convierte en guerreros. En la aldea de Fouan nadie quiere ir a hacer el servicio militar, y al viejo la guerra le importa poco, según sus palabras:  “incluso en el supuesto de una invasión, cada uno debiera defender su propia casa, y pare usted de contar”. Los combates son para él algo que ocurre en países lejanos, de lo que se entera por las historias de un vecino que ha peleado en Italia o un hijo que vuelve de cazar beduinos en Argelia. Algo lejano, y no muy provechoso, visto que el hijo en cuestión regresa convertido en un borrachín asilvestrado.

 

La buena tierra se ambienta al final de un siglo de guerras en China, pero, aunque el rumor bélico es una presencia constante, también se ubica más allá del horizonte[3]. “Durante toda su vida, Wang Lung oyó decir que la guerra estallaba aquí y allá, pero nunca la había visto, […] desde su infancia oyera decir a las gentes: «Este año hay guerra hacia el Oeste», o: «La guerra está hacia el Este, o hacia el Nordeste». Y para él la guerra era una cosa como la tierra, y el cielo, y el agua, algo cuya razón de ser nadie conocía, pero cuya existencia era indudable”. Wang, por su parte, teme y desprecia a los soldados, se esconde para que no le hagan realizar corveas y cuando se entera de que uno de sus hijos quiere acudir a luchar en una revolución, le recuerda que “desde tiempos remotos se dice que los hombres no emplean buen hierro para hacer un clavo ni una buena persona para hacer un soldado.” 

 

La excepción en el trío es Okonkwo, al que los demás respetan por su valentía en las luchas entre clanes, y por cortar cinco cabezas cuando “todavía no era un viejo”. La diferencia se halla en el modelo de sociedad: entre los igbo, sin Estado y divididos en clanes entre los que estallan frecuentes disputas, los hombres que pelean pueden conseguir capital social (y probablemente riquezas, aunque no se menciona en el libro). Ni Fouan ni Wang sacarían gran cosa de acudir a una guerra con gente que vive a cientos de kilómetros, que no les amenazan y que no han visto. Okonkwo, en cambio, es respetado por beber vino de palma en cráneos humanos durante las festividades.

 

Así pues, campesinos, ¿qué significaba para vosotros la guerra? ¿Cuánto la hubierais considerado justificada? Los que lo hacíais, ¿cómo y por qué guerreabais? ¿Cómo cambiaron las estructuras sociales al pasar de grupos en los que se hacía la guerra a los vecinos inmediatos a los conflictos entre Estados? ¿Trasladaba la guerra violencia a otros espacios de la sociedad?

 

Ni Okonkwo, ni Wang Lung, ni Louis Fouan pueden respondernos, pues, además de que fallecen en la ficción, nunca existieron en la realidad, pese a lo que hayamos podido disfrutar con sus historias. Pero quizás los que lean esta entrada puedan responder algunas preguntas, o plantear otras.

 

[1] El que aumenta sus riquezas con usura y crecido interés, Para aquel que se compadece de los pobres las aumenta

[2] Cada siete años perdonarás las deudas. 2 Lo harás del siguiente modo: cuando se proclame el perdón de las deudas en honor del Señor, todo el que haya hecho un préstamo a su prójimo o a su hermano, le perdonará la deuda y no se la reclamará más.3 Podrás reclamar el pago de la deuda al forastero, pero perdonarás la deuda que tengas contraída con tu hermano. Deuteronomio: 15.

[3] En otro libro de Pearl Buck, La estirpe del dragón, veremos a otra familia de campesinos enfrentándose a la ocupación japonesa, pero esa es otra historia.

 

Enrique Carballo (A Coruña, 1988) é licenciado en Xornalismo (2012 USC) e Máster en Historia Contemporánea (2018 USC). Actualmente realiza a súa tese sobre a criminalidade, a violencia e as actitudes cara estes fenómenos en Galicia entre 1840 e 1936. As súas liñas de de investigación son a historia do crime, as dinámicas de conflito social na España contemporánea, e a historia da violencia cotiá e a súa representación cultural.