Otras miradas sobre golpe, guerra y dictadura

David Alegre Lorenz 

Artigo publicado o 10 de abril no blog do Seminario Interuniversitario de investigadores del Fascismo.

 

Volvemos con el análisis de novedades bibliográficas en un mes especial para nosotros por el próximo encuentro del SIdIF, que ahora ya sí está más cerca que nunca. En esta ocasión lo hacemos para acercarnos al trabajo de uno de los polos historiográficos más activos y con un trabajo más interesante de toda la península, el Departamento de Historia Contemporánea e de América de la Universidade de Santiago de Compostela y, más concretamente, el de uno de sus grupos de investigación, HISTAGRA, que es el que ha dado forma a esta obra colectiva titulada Otras miradas sobre golpe, guerra y dictadura. Historia para un pasado incómodo.

La premisa inicial que se convierte en la razón de ser de la obra, la dota de coherencia y sirve como punto de partida para las contribuciones que engloba es la necesidad de dar con un nuevo relato para aprehender el pasado enmarcado entre los años 1936 y 1975, aunque los autores y autoras desbordan a menudo ese rígido marco cronológico buscando respuestas en el Ottocento y en el cambio de siglo o, también, rastreando las huellas e implicaciones de ese pasado en el presente o pasados menos distantes. Desde luego, Otras miradas parte de la conciencia de que ese nuevo relato historiográfico está muy relacionado con ciertas demandas sociales al calor de las cuales surgen demandas y se alumbran nuevos caminos, algo a lo que nunca debe ser ajena la historiografía, encargada dedecantar y refinar sus elementos. 

Sin duda alguna, compartimos la inquietud de los autores y coordinadores de la obra: hace falta un marco adecuado para las investigaciones en curso y las que vendrán, porque vendrán en tanto que el golpe, la guerra y la dictadura efectivamente precisan de muchas miradas y seguirán justificando nuevas inquietudes de jóvenes y mayores, de historiadores y ciudadanos. No por nada, toda esta inquietud parte de la denuncia del relato heredado de la transición, nacido con la dictadura aún viva y reforzado por múltiples factores e intereses, por múltiples sujetos que debido a unos u otros motivos lo han hecho suyo y que ha ido limpiando y esterilizando –casi diría relativizando- paulatinamente la experiencia franquista. Dicho relato se encontraría asentado sobre la idea del ancestral cainismo español, la consecuente inevitabilidad de la guerra civil y el todos fuimos culpables, un lamentable error que conlleva una simplificadora equiparación entre los contendientes y que, no obstante, tiene su reflejo en toda Europa, salvando todas las distancias que haya que salvar, con la habitual comparación que se da en la cultura popular entre comunismo y fascismo como caras de la moneda del totalitarismo. 

La historia es la única que en opinión de los coordinadores puede restituirnos el conocimiento del pasado, alguna certeza, por sometida que pueda estar al debate. Nada habla mejor que sus propias palabras: “Es el momento de intentarlo y tenemos el bagaje para atrevernos, aun errando. También para asumir la crítica. Es hora de atrevernos a equivocarnos. Más errores que los del relato actual es imposible acumular. […] reconociendo además que en este asunto de nuestro pasado incómodo la emoción no está exenta, […].” (1) Toda una declaración de intenciones que lleva la honestidad por bandera, algo que siempre debería acompañarnos como historiadores e historiadoras, porque yo también soy de los que creen que debemos librarnos de la ilusión de la objetividad reconociendo y razonando nuestra postura ante el pasado. Honestidad, esa es la fórmula. Y eso también pasa por llamar a las cosas por su nombre, una de las señas de identidad de este trabajo: golpe, guerra y dictadura, fascismo y genocidio, se podrá estar de acuerdo o no con los planteamientos e interpretaciones contenidas en este trabajo, pero todo lo que hay aquí es para el debate.

Varias cosas llaman la atención, y además entran en relación con cuestiones que se están planteando en otros lugares: atender al franquismo como fenómeno de largo alcance en el tiempo, con sus continuidades y sus múltiples implicaciones; el propio Pere Ysàs lo decía al cierre del VIII Encuentro Internacional de Investigadores del Fascismo celebrado en Barcelona, apuntando a la necesidad de ahondar en esa “década bisagra” de los 50 injustamente denominada así, porque denominarla bisagra es condenarla al ostracismo aunque no se tenga esa intención. Creo que también cabe destacar el deseo de los coordinadores de dotar de corporeidad y carácter a todos los que naufragaron y sucumbieron bajo ese peso “kafkiano” del franquismo, rescatarlos en el sentido apuntado por Benjamin, porque detrás de las largas listas de nombres, de los gruesos sumarios y expedientes hubo seres sufrientes con toda una vida, que es lo que en teoría debería preocuparnos a los historiadores e historiadoras y que es lo que ha preocupado siempre a la gente de HISTAGRA como parte de la sensibilidad de un grupo con una forma de aproximarse al pasado muy singular. 

El perfeccionamiento de la maquinaria de violencia del régimen no sólo llevó al asesinato o a las palizas, sino también al psiquiátrico, a la indigencia, a la marginación social o al suicidio. Y es que Otras miradas parte de la asunción de que lo que ocurre a partir del 18 de julio del 36 es algo radicalmente nuevo, algo que se encuentra fuera de cualquier supuesta tradición española, con lo cual conviene mirar en el entorno de la época para encontrar respuestas más adecuadas a los problemas que se encuentra el historiador cuando mira al pasado, una necesidad en la que de uno u otro modo viene insistiendo en los últimos años buena parte de la historiografía española. De algún modo, existía perfecta conciencia entre los sublevados de la tremenda resistencia con que se encontraría el golpe, de ahí que se apostara por una acción radical y sin paliativos, porque el momento era visto como uno de emergencia total. Actuar sin concesiones era necesario para tener éxito. La ambición y la praxis de los militares y sus diferentes compañeros de viaje eran puramente fascistas, como lo era el proyecto al que se sumaban en común, y eso se revela en contacto con el contexto, o eso entienden los coordinadores de la obra, para los cuales el rechazo de la denominación fascista para el régimen tiene que ver fundamentalmente con la pervivencia del régimen más allá de los años 50: España, sencillamente, era diferente, y en eso se abundaría durante muchos años fruto de la experiencia y la propia imagen que el régimen proyectaba de sí mismo. 

Muchos de los que trabajamos en el SIdIF compartimos esencialmente algunas de las ideas fundamentales contenidas en este trabajo como ésta del carácter fascista del régimen nacido al calor de la guerra civil, y así las hemos defendido en los últimos años en encuentros científicos y publicaciones de lo más diverso. Esta es la realidad, aunque en ciertos aspectos partamos de perspectivas o aproximaciones distintas que, en cualquier caso, entendemos son convergentes, de ahí nuestro interés por este trabajo. Por lo que a mí respecta, no creo que la singularidad del fascismo español resida en la implementación de unas políticas de la violencia esencialmente genocidas, sobre lo cual seguramente podríamos discutir largo y tendido; de poder ser denominada como tal no sería la primera en Europa, más si nos remitimos a casos pioneros como el perpetrado por Turquía sobre la minoría armenia repartida por toda Anatolia –fundamentalmente en la zona oriental, aunque también en otras regiones del país– y, quizás, sobre la minoría grecoparlante de la costa oeste de Asia Menor. Cabe no olvidar tampoco la violencia desplegada por el ejército griego desde 1919 sobre la propia población turca del hinterland de la ciudad de Esmirna en su reivindicación y su intento por consolidar su control sobre dichos territorios, una guerra de tres años en el curso de la cual fueron arrasadas en pocos meses 250 aldeas turcas, instaurando un régimen de terror en toda la zona ocupada durante todo el conflicto. Lo que está fuera de toda duda es la necesidad de integrar la guerra española en el mismo ciclo histórico de sucesos y fenómenos al que pertenece, que es el de la guerra total, la revolución, la contrarrevolución y la violencia de masas.

Efectivamente, romper con la singularidad española de una vez por todas debe ser una de las señas de identidad de ese nuevo relato propugnado por los compañeros y compañeras de HISTAGRA, he aquí el reto fundamental de los que nos dedicamos profesionalmente a la historia y de los que están por llegar, especialmente por el tipo de visiones erróneas a las que ha dado lugar y porque aún a día de hoy sigue gozando de una hegemonía total a nivel cultural, social y político. Esto se pone de manifiesto en el día a día en casi cualquier lugar de la península. Recuerdo, concretamente, un episodio en el que una ciudadana fue censurada por el anterior presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz, mientras ésta le preguntaba al entonces príncipe de Asturias por qué no un referéndum entre monarquía y república, lo cual provocó la intervención del ya mentado Sanz señalando que “la República acabó como el rosario de la aurora”. 

Efectivamente, el por qué es algo que queda bien explicado en este libro y es una buena muestra del camino a seguir para evitar que visiones como ésta sigan contaminando nuestra comprensión del pasado, porque aún a día de hoy la República sigue siendo antropomorfizada en un intento por cargarla con las culpas de buena parte de los males de la España del siglo XX, cosa que es cuanto menos matizable. De hecho, la introducción de Otras miradas cierra con una reflexión sumamente interesante, planteándose que quizás los verdugos no fueron tantos en medio del naufragio colectivo del 36 en adelante y que posiblemente ellos fueron los verdaderos triunfadores al conseguir lavar su nombre con la consecución del anonimato y con la autoinculpación colectiva a la que se han sometido y a la que han sido sometidos los españoles durante décadas. Sea como fuere, queda fuera de toda duda que a pesar de que pudieran ser pocos los que hicieran el trabajo sucio la implementación de violencias como la que se vivió en la España del 36-39 y mucho más allá requiere de muchas anuencias, apoyos y connivencias a muy diversos niveles.

Para empezar, nos encontramos con el capítulo conjunto de Miguel Cabo y Xosé Ramón Veiga, “Una sociedad politizada en un liberalismo más que centenario (1833-1936)”, quienes hacen hincapié en la necesidad de desterrar definitivamente las percepciones sobre el periodo anterior a la guerra que apuntan a una sociedad amorfa e inánime –en el mejor de los casos– o caprichosamente voluble en el sentido político –en la peor de las casuísticas–. Ambos autores apuestan por ver a la sociedad del momento como una multiplicidad de sujetos y grupos humanos abiertos a los cambios y protagonistas en su entorno próximo, es decir, capaces de tomar parte. En este sentido, todo pasa por entender con una mirada complejizadora las muchas formas de ver y vivir la política, hasta el punto que la II República cobra sentido dentro de un discurrir histórico de muy largo alcance.

El capítulo escrito por Lourenzo Fernández y Antonio Miguez, “Nomes e Voces: balance, preguntas e interpretaciones. Víctimas y verdugos, las huellas del golpe de Estado en Galicia” hace un balance de dicho proyecto de investigación, que por su enfoque ha resultado decisivo en la conformación de la sensibilidad historiográfica tanto de los autores y autoras de este volumen colectivo como de muchos de los y las estudiantes que han pasado por la USC en los últimos años. Tal y como señalan los dos autores, Nomes e Voces permitió también sistematizar y dar coherencia a muchos esfuerzos investigadores que se estaban dando hasta ese momento o que comenzarían a raíz de su lanzamiento en 2005, siendo capaz de conjugar energías, generar nuevas fuentes de trabajo, arrojar nueva luz, plantear nuevas preguntas, etc., todo lo cual ha permitido desterrar algunos tópicos muy arraigados sobre nuestro pasado. Precisamente, como ya avanzaba, todo el trabajo del grupo se ha construido sobre el uso de un amplio y variado elenco de fuentes, algo que siempre ha estado entre sus principales preocupaciones, de ahí que Otras miradas sea toda una declaración de intenciones colectiva y constituya el mejor ejemplo de todo lo dicho.

Podemos hablar de manera conjunta acerca de los dos siguientes capítulos, que aunque diferentes en sus objetivos, su concepción y su plasmación manifiestan una misma preocupación por un objeto de estudio hasta hace poco marginado por la historiografía académica: la historia militar. Por lo que respecta a Aurora Artiaga, quien lleva ya unos años dedicándose a estas cuestiones con aportaciones de sumo interés, su capítulo, “Movilización rebelde en el verano de 1936. Galicia, ¿una nueva Covadonga?”, se centra en el hecho militar durante la guerra civil y la actitud social ante éste, poniendo en tela de juicio el mito franquista de una Galicia presentada como reserva humana de las fuerzas sublevadas, siempre con las conclusiones de la obra de Javier Ugarte muy presentes (2). Como decía, la autora se centra en un tema sensible y siempre rodeado por las brumas de la propaganda y las codificaciones realizadas a posteriori, el del voluntariado en la guerra. Por su parte, Francisco J. Leira, una de los jóvenes más prometedores dedicados a la historia militar en España nos propone un capítulo titulado “Movilización militar y experiencia de guerra civil. Las actitudes sociales de los soldados del ejército sublevado”. Leira, cuya obra daremos a conocer más en profundidad en las próximas semanas, critica como punto de partida la simplificación que entraña el uso del concepto “cultura de guerra” para el conocimiento de la realidad de la guerra civil española, dado que contribuye a ocultar la extrema complejidad de ese acontecimiento. Más allá de esto, el autor defiende que el estudio de la guerra civil y la experiencia de combate debe pasar forzosamente por un buen conocimiento de la estructura castrense en la que son integrados los combatientes, algo que nos proporciona una mejor comprensión de las dinámicas que caracterizaron sus comportamientos en el frente y en la retaguardia. A ello consagra sus esfuerzos a lo largo del capítulo.

En el quinto capítulo, “La naturaleza ‘no política’ del franquismo. Adaptación social y resiliencia”, Antonio Míguez realiza su contribución personal a un debate que ha hecho correr ríos de tinta, algunos de los cuales han pasado por el blog del SIdIF hace no muchos meses. El autor entiende que el carácter de la dictadura viene definido por su componente genocida, sobre el cual se lleva a cabo la forja del nuevo estado, lo cual haría comparable el caso español al croata, desde mi punto de vista (2). Míguez realiza un ejercicio interesante tratando de aprehender la naturaleza del franquismo a través del análisis social y las prácticas políticas, atendiendo a dos cuestiones fundamentales como la suma de nuevos individuos en el ámbito de las élites políticas al calor de las mismas dinámicas genocidas o la legitimidad ganada en el curso de la implementación de la violencia.

Por su parte, Lourenzo Fernández, Daniel Lanero y Miguel Cabo colaboran en la realización del capítulo titulado “La lucha por el poder en el primer franquismo: la integración forzosa del Sindicato de Productores de Semillas en la Organización Sindical. Pontevedra (1944-1946)”. A través de este estudio de caso y de una buena contextualización ahondan en el modus vivendi y los procesos de convergencia que se dan entre sectores político-sociales procedentes de diferentes ámbitos políticos pero que, no obstante, son capaces de confluir en un mismo proyecto político que tratan de adecuar a sus intereses y modo de entender el mundo.

En el séptimo capítulo, “Equilibrios precarios: una microhistoria del poder local en acción bajo el franquismo”, Ana Cabana y Daniel Lanero llevan a cabo una lectura de la política en clave social, centrándose en las interacciones, en las tensiones y reacciones, es decir, tratan de ver a ras de suelo los efectos de los intentos del nuevo régimen por implementar sus políticas. En una línea similar se enmarca el siguiente capítulo, “El proceso de clasificación de montes vecinales en mano común, 1968-1989”, debido a Araceli Freire, Xesús Balboa y Eduardo Rico. Allí muestran el ataque contra los bienes comunales y la autogestión como forma de vida, realidades contra las cuales poco a poco se fue haciendo mella por medio de la primacía de la propiedad privada individual. En este sentido, abordan las luchas vecinales que posibilitaron la negociación y el reconocimiento de estas realidades que eran un puntal básico de la existencia de muchas comunidades. 

De hecho, tanto este como el anterior capítulo dejan clara la obligación de entender el franquismo como parte de un todo, de ir un paso más allá para entenderlo en toda su extensión y complejidad. Así se entenderá, en definitiva, eso que Francisco Javier Conde, famoso ideólogo del régimen, denominó el despliegue del espíritu o los principios del 18 de Julio, dentro de los cuales hubo cabida también para el capitalismo de mercado, el desarrollo y un particular modelo o idea de progreso que tendría múltiples consecuencias sobre la faz social y física de todo el estado español. De ahí que también podamos incluir dentro de este último grupo el trabajo de Alba Díaz y Araceli Freire, “La caja negra de los ‘cambios sociales’ del franquismo: una mirada desde la sociedad rural gallega”, que llaman la atención sobre la necesidad de abordar los procesos de cambio social y político más allá de lo meramente económico, porque la realidad es que al final, esa fijación con la estructura económica es una consecuencia del propio peso o hincapié que hizo la propaganda del régimen a la hora de defender el éxito y las bondades de su modelo de desarrollo. Evidentemente, esto no hace sino dejar a un margen sus fracasos y sus múltiples consecuencias sociales.

Por último, Andrés Domínguez y Borja Santiago, en su capítulo “La respuesta está en el viento: reflexión para una nueva docencia de la guerra civil” muestran la importancia del franquismo y, sobre todo, la guerra civil española como material sensible de los programas docentes y los temarios en las asignaturas de historia, así como el peso que tiene en la conformación de las percepciones de cada generación, en su autopercepción como sujetos dentro de una supuesta línea histórica de continuidad. Al fin y al cabo, los relatos hegemónicos, como el que pone en discusión este trabajo colectivo, permean a los jóvenes, de ahí la importancia de revisarlos convenientemente y, por tanto, de ahí la pertinencia de este capítulo.

En definitiva, lo que demuestra el trabajo de los compañeros y compañeras de HISTAGRA es que sigue estando justificado volver nuestra mirada una y otra vez sobre pasado de los años 30 y, por supuesto, todas las décadas precedentes y subsiguientes. Cada generación tendrá su mirada y la establecerá en diálogo con sus predecesores, con lo cual merece la pena intentar ofrecer un mejor marco para la comprensión de ese pasado incómodo, porque tal y como señalan en la introducción los coordinadores las múltiples posibilidades de los nuevos relatos surgidos al calor del estallido memorístico no han sido explotadas de forma conveniente y difícilmente pueden competir con el viejo discurso hegemónico.

(1) Véase Lourenzo FERNÁNDEZ PRIETO y Aurora ARTIAGA REGO: “Introducción: Sabemos poco del pasado incómodo. Otras miradas sobre el golpe, la guerra y la dictadura”, en Ídem: Otras miradas sobre golpe, guerra y dictadura. Historia para un pasado incómodo, Madrid, Catarata, 2014, p. 44.

(2) Javier UGARTE TELLERÍA: La Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998.

(3) David ALEGRE LORENZ: “El Estado Independiente de Croacia (NDH): encrucijada de imperios, violencias, comunidades nacionales y proyectos revolucionarios (1941-1942)”, en Javier RODRIGO (ed.): Políticas de la violencia. Europa, siglo XX, Zaragoza, PUZ, 2014, pp. 191-239