El pasado oculto y el pasado incómodo y nosotros

Lourenzo Fernández Prieto

Catedrático de Historia Contemporánea, USC

 

No resulta nada extraño que en España se haga mención a la ideología y la posición política de padres y abuelos en el pasado, para criticar en el presente las posiciones políticas de las personas. Acaban de hacerlo estos días no uno sino al menos tres periódicos madrileños, El mundo, El confidencial y El País, a propósito de la candidata de ERC para las próximas elecciones, Marta Rovira, a cuenta de un abuelo que fue alcalde franquista. No resulta extraño pero si muy estrambótico en cualquier democracia liberal del mundo este poso aristocrático y esta concepción calderoniana de la honra tan arraigada en algunos sectores de la vieja España. La honra no se hereda, tampoco la deshonra. De hecho en muchas democracias republicanas la herencia –incluso la material- tuvo mala fama por aristocrática y de antiguo régimen. En cualquier caso, resulta obvio que no hace mejores ni peores nuestras posiciones u opiniones políticas del presente quienes hayan sido nuestros dos padres o nuestros cuatro abuelos…y ya es difícil, por cierto, que teniendo en cuenta nuestra historia pudiesen haber coincidido en sus avatares. Fuesen franquistas o víctimas del franquismo, incluso es difícil que entrasen unívocamente en una sola categoría de las que actualmente construimos.

Hemos madurado los historiadores movidos por el interés social por el pasado oculto (J. Casanova) y por nuestro propio interés como nietos de los que hicieron y vivieron la guerra (S. Juliá), han madurado los tiempos a pesar de la longevidad de la dictadura y sus complejas adaptaciones temporales (I. Saz), se ha desnudado considerablemente la visión del pasado incómodo (J. Aróstegui, P. Preston, F. Espinosa) y se han visibilizado sus memorias (A. Loureiro) o se ha defendido la obligación ética de la memoria (R. Mate). Por eso sería de esperar que ahora fuesen más entendibles esos relatos no lineales del golpe, la guerra, la dictadura y la transición. Las complejidades y contradicciones de vidas que cambian, de familias que no se parecen o que se desfiguran. La realidad de hijos de republicanos (J. Matas, F. Correa) y nietos de autonomistas republicanos (M. Rajoy) que sufrieron los rigores del franquismo o de hijos de falangistas que son ministros de la democracia (J. Bono), de falangistas que se convirtieron en antifranquistas (R. Tamames, D. Ridruejo) o políticos del Movimiento que lo fueron de la democracia (R. Martín Villa, A. Suárez, M. Fraga, Areilza, por citar las tres generaciones sucesivamente en el poder).

En estos tiempos de crisis política, económica (ambiental) y de incertidumbre social, en los que como nuestros abuelos volvemos a estar pendientes de lo que nos deparará el futuro, estos relatos biográficos complejos y esas genealogías nada lineales deberían ser entendidas y contribuir a resolver esa paradoja de que la memoria más común de ese prolongado pasado incómodo, la que está plagada de sinuosidades y complejidades biográficas, siendo seguramente la más común está sin embargo infrecuentemente recogida en los relatos históricos, políticos o mediáticos dominantes. Porque se prefiere seguir viviendo en la ilusión falsa de que puede construirse un relato colectivo coherente al que deben acomodarse coherentemente los relatos individuales o familiares. Aunque todos sepamos ¡porque lo sabemos íntima y domésticamente! que es imposible. La ficción se convierte así en un instrumento nada literario para construir el desconocimiento histórico. Y esa es una responsabilidad que nos atañe a los historiadores e historiadoras.

Resulta urgente reconocer de una vez esa disociación de relatos del pasado incómodo en que nos hemos movido hasta hoy en día. Seguramente España es el estado de la Unión Europea —al menos de los occidentales— que más problemas ha tenido y tiene con su pasado incómodo del siglo XX: golpe-guerra-dictadura-transición. Una consecuencia directa aunque poco visible es que producto de esa ignorancia del pasado no logran verse algunos problemas del presente que precisamente vienen del pasado, no se identifican, no se enfocan con tino –eligan ustedes-. O cuando aparecen simplemente con deglutidos por la ignorancia del pasado y sus compuertas, el caso más significativo y actual es seguramente el de los “niños y niñas robados” durante más de medio siglo. No por olvido pactado sino por ignorancia y confusión. No exactamente por pervivencia de algunas continuidades del pasado sino muchas veces por desconocimiento, por falta de conocimiento. Por falta de indagación. Por falta de interés. Porque realmente todos sabemos lo que podemos encontrarnos si hurgamos el pasado y colectivamente parece que seguimos prefiriendo no arriesgarnos.

El caso es que hay una influencia desconocida o no reconocida del pasado incómodo en el presente y sus comportamientos y debates que, por cierto, afecta a todos los sectores políticos y sociales: a franquistas sociológicos y antifranquistas sociológicos, a nacionalistas, independentistas y ambientalistas, a la derecha española centralista y a la de las nacionalidades litorales también. A la izquierda, a la derecha y al centro en caso de existir. Tapar esas continuidades, no verlas hoy en día, es sin duda uno de los grandes éxitos del franquismo y de su ruptura, de su apagón. De un régimen kafkiano en su asentamiento y orwelliano todo el tiempo, de genealogía genocida y que arranca del tiempo del fascismo.